jueves, 14 de diciembre de 2006

Un viaje de ida y vuelta

Ayer fue un día muy bonito para mi. En Madrid amaneció un precioso día de sol y frío. Yo desayuné, escribí en mi blog, trabajé un poco, la verdad es que muy poco, me arreglé, cogí el coche y me marché a Segovia. En el trayecto de ida iba pletórica, me esperaba un maravilloso día, iba a ver a un gran amigo y juntos visitaríamos la Iglesia de Vera Cruz, de la que dicen que es una antigua iglesia templaria para después ir a comer el típico cochinillo segoviano. El viaje de ida lo disfruté a tope, me sentía libre y privilegiada. En mi viaje me acompañaban el sol, la música y una maravillosa sensación de que mi momento presente era perfecto. El día transcurrió tal y como lo había imaginado, ¡fue precioso! Ya, por la tarde me tocaba regresar. Y ¡claro! en el viaje de vuelta las condiciones eran bien diferentes; estaba cansada, era de noche, había niebla, casi me quedo sin gasolina, mis hijos estaban ya en casa esperándome y por si esto era poco ¡encontré un gran atasco de entrada a Madrid! En este momento pensé que si por la mañana me encontraba pletórica ahora quería encontrarme igual de bien, pues para mi eso es la espiritualidad. De hecho, yo era la misma persona que por la mañana y si en ese momento había tenido capacidad de sentir plenitud también la tenía ahora. Además el coche, la música, incluso la carretera era la misma que la de por la mañana. Entonces no tenía razón de sentir menos plenitud, en ese momento tenía varias opciones; la de enfadarme por el atasco, por la niebla, por ser tan tarde y no estar en casa o la de Aceptar que ese momento era tan perfecto como el de por la mañana. Puedo decir de corazón que disfruté tanto el viaje de vuelta como el de ida y que me siento bien por ello pues denota un avance en mi. Poco a poco voy entendiendo lo que dicen los grandes maestros de que no hay cosas buenas o malas, que todo es perfecto tal y como es.

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