Desde
pequeña he sido una soñadora, a las personas que tenía a mi alrededor
“les hacía gracia” esta faceta mía, decían algo así como “que mona
Elvira siempre hablando y pensando en el amor y en un mundo mejor”. Y yo
me sentía terriblemente sola, diferente, no encontraba a nadie con la
que pudiera compartir mis inquietudes y con la que sentirme comprendida.
A los once años publiqué mi primera poesía en un periódico local, aún tengo guardado el recorte del periódico, en la que decía:
En África y en China,
en América y en Japón,
tenemos unos hermanos
que nos piden compasión.
Compasión de amor,
compasión de corazón....
En
esa época ya intuía que la forma de crear un mundo mejor es la de
sentir la humanidad como parte de una gran familia y que el amor y la
compasión es el camino para crear un mundo mejor.
Tengo
libretas y libretas llenas de poesías y pensamientos, esta ha sido, y
sigue siendo, mi forma de intentar comprender el mundo.
Una
de las primeras personas que llegaron a mi vida y en la que me pude
sentir comprendida fue mi amigo Pablo, ¡a él también lo consideraban
raro! Recuerdo nuestras conversaciones en las noches de verano junto a
la orilla del mar como verdaderos regalos.
Y
el tiempo fue pasando, yo fui recorriendo caminos, leyendo libros y,
sobretodo, conociendo personas... Todo esto me hizo descubrir que hay
muchas personas como yo, personas que son soñadoras, personas que tienen
una fuerte creencia que un mundo mejor es posible y que está en
nuestras manos y en nuestros corazones el crearlo.
Hoy
mi faceta de soñadora no me pesa como antes, al contrario, me parece un
privilegio. Las soñadoras y los soñadores somos necesarios en el mundo,
pues el amor y los sueños son sus motores.
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