Ayer domingo, sin previo
aviso, y ¡así de repente! me encontré enfrente de una de mis sombras. Sí
mi sombra, esa partes oscura que tod@s tenemos y que no queremos, o no
podemos, ver pues no nos gusta pues no se adapta a la imagen que tenemos
de nosotr@s.
Ayer mi sombra se plantó delante de mi y no estaba dispuesta a dejarme escapar hasta que la reconociera y la aceptase.
Quería que viese una parte no resuelta dentro de mi, una parte que me
frena en el camino a mi felicidad y que me complica la vida. Tal vez
esta sea una de las especialidades de la sombra el llevarnos una y otras
vez a situaciones similares para que le tomemos en cuenta.
Mi primera reacción ¡cómo no! fue negar lo que estaba sintiendo ¡yo no soy así!- me dije.
¿Te suena familiar este comentario?. A continuación intenté olvidarme
del tema y pensar en otra cosa, pero mi sombra me persiguió, parecía que
en esta ocasión no me iba a dejar escapar ¡otra vez!
Empecé
a aceptar lo que me estaba ocurriendo y un hondo dolor se apoderó de
mi, en ese momento vi claramente a cuantas áreas de mi vida estaba
afectando negativamente esa parte oscura ¡No podía creer como
inconscientemente me estaba manipulando tanto y cómo era la causante
inconscientemente de muchas de las decisiones que tomaba! Sentí más
fuertemente el dolor y opté por aceptarlo y, con ello, aceptar mi
sombra. La consecuencia inmediata de mi aceptación fue la mitigación de
mi dolor y un ligero alivio. Ya no luchaba por no ver lo que se
mostraba a mis ojos, por no sentir aquella sensación, por no pensar en
mi culpabilidad. Hablé con mi sombra, la acepté y me comprometí a estar
consciente de cuando aparecía, ¿qué más podía hacer?
Al fin y al cabo, nuestras sombras nos humaniza, no somos robots, ni somos seres angelicales, somos humanos con todo lo que ello implica.
Ahora
me siento diferente, me conozco más y admito no ser tan “maravillosa”
como me gustaría ser y, supongo, que para contrarrestar mis sombras lo
que necesito es aportarles luz. Una luz procedente de mi
autenticidad y de mi mejor yo. Aún así, dicen que las sombras nunca
desaparecen, solo las dejamos de ver. Al fin y el cabo, nuestras luces y nuestras sombras son lo que configuran al ser humano.
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