Como conté en su día en este blog, en
julio de 2008 estuve unos días a Jordania y viví momentos maravillosos
que nunca podré olvidar, uno de ellos fueron las 24 horas que pasé en el
desierto de Wadi Rum, al sur del país.
El
desierto me llegó al corazón, sin exagerar puedo decir que me sentía
como si yo perteneciese a aquel hábitat. El tiempo parece dejar de
existir tal y como lo conocemos en la ciudad, más bien diría que el
concepto de tiempo se sustituye por el devenir de sensaciones y que es
el cambio de luz lo marca el ritmo de las acciones.
Cuando
por la mañana iba sobre un camello paseando, escuchando la nada y
dejándome acunar por su movimiento, vinieron a mi una palabras que me
han acompañado desde entonces: “La fe es confianza más paciencia más aceptación”
Al
hablar de fe me refiero a creer que las cosas llegarán, a apoderarse de
la sensación que hay dentro de cada un@ de nosotr@s que nos dice que no
nos rindamos que tarde o temprano llegará aquello que tanto deseamos. Para que esta fe sea nuestra amiga e impulsora ha de estar compuesta, sobretodo, de:
Confianza,
confianza en nosotr@s y en la vida, sabernos capaces, valios@s y que
sabremos ir afrontando en cada momento los obstáculos que la vida nos
vaya poniendo.
Paciencia,
para dar los pasos necesarios y hacer lo que hay que hacer sin saltarse
nada. La vida tiene sus propios ritmos y hay que moverse en ellos. Hace
tiempo escribí en mi blog que la verdadera paciencia se basa en
disfrutar el momento como valioso en sí mismo, no como una espera o
antesala de algo que está por venir. Por ejemplo, si voy a
tener un encuentro importante con una persona y me siento impaciente es
porque mi atención está en la cita y ha dejado de interesarme lo que
estoy viviendo, es un tiempo que no valoro, así se convierte en un
tiempo perdido en mi vida y surge la impaciencia.
En
cambio si valoramos todos los momentos y ninguno de ellos se convierte
en la antesala de otros, entonces la impaciencia desaparece, el concepto
en sí ya no tiene sentido.
La tercera tiene que ver con la fe, es la aceptación,
cuando asumimos que lo que estamos vivenciando, no guste o no es lo que
ES y que en ese momento no podemos cambiarlo, entonces lo aceptamos y
dejamos de negar nuestro presente, al hacerlo abrimos posibilidades para
cambiar las cosas en el futuro. Si no quiero ver lo que pasa, no puedo
trabajar sobre ello para cambiarlo.
Todo
esto , y más, me enseñó el desierto. Siempre llevo dentro de mi el
recuerdo de la maravillosa sensación de fe que allí encontré. Han pasado
cuatro años y el recuerdo sigue estando fuertemente presente en mi.
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